10 minutos ⌛

Jimmy Vasquez
3 min readJan 28, 2025

Lizbeth se encuentra en la esquina de la calle, pálida y con algo de frío. Son las 05:00 de un lunes por la mañana. Observa detenidamente a través de la reja que separa su calle de la avenida principal, la cual debe cruzar para llegar a la parada de autobuses. Está a punto de abrirla, pero algo la detiene: una sensación extraña la inmoviliza por un instante.

Será mejor esperar a que pasen más personas, piensa, temerosa de comenzar su travesía. La verdad es que muy pocas personas caminan por ahí, pero cada día espera ver al menos a dos o tres para mezclarse con ellos y sentirse más segura. El primer autobús hacia su destino llega alrededor de las 05:15.

Respira hondo, abre la reja y empieza a caminar. Se podría pensar que lo más “seguro” sería pedir un taxi, pero nadie se atreve a poner una base o dar servicio en esa zona. Caminar es la única opción. Lizbeth cierra la reja y sujeta su bolsa con fuerza. En la oscuridad de la calle, lo único que destaca es el rosa de su pashmina bajo la luz mortecina del poste en la esquina, que apenas ilumina. Pero ¿qué se le puede pedir a una lámpara con más de 15 años sin mantenimiento?

El sonido de sus botas resuena conforme avanza por el camino de tierra. A su alrededor hay locales de comida, tiendas de conveniencia y talleres mecánicos, pero no abrirán hasta después de las 10 de la mañana.

Casi llega a la siguiente esquina cuando nota una sombra entrando al mismo camino detrás de ella: un chico con mochila, gorro y, al parecer, mucha prisa. Liz escucha sus pasos cada vez más cerca y trata de acelerar, pero algo la frena. No es el frío — ese es el menor de sus problemas — , sino esa sensación que la oprime desde que salió de casa.

Solo faltan unas calles más y estaremos a salvo, se dice a sí misma. Sin embargo, siente al chico cada vez más cerca. Su pulso se acelera, y la maldita ansiedad la invade de pies a cabeza. ¿Cómo es posible experimentar tanto estrés tan temprano?

El chico la rebasa y, entre dientes, murmura:

— Buenos días.

No espera respuesta. Lizbeth tampoco responde. Solo quiere llegar a la parada lo más rápido posible.

Solo fue un susto. No era nada malo, se repite, tratando de convencerse de que todo está bien.

Pasa junto al campo de fútbol y acelera el paso. En ese momento, escucha otra presencia detrás de ella. No hay tiempo para pensar en lo que podría pasar. Ya casi llego, se dice. A unos metros de la parada, alcanza a oír al checador de combis decirle a una señora:

— Ya casi pasa. Ese canijo del “AVM” luego se tarda un poquito.

Lizbeth ve las luces del semáforo, los coches y la gente esperando en la parada. Mira su teléfono: son las 05:10 AM. Solo han pasado 10 minutos, pero había olvidado respirar. Exhala profundamente.

Se siente más tranquila mientras observa acercarse el autobús. Cruza la calle y se une a la fila.

Por hoy, todo ha salido bien. Veremos mañana.

A un lado del campo de fútbol, justo debajo de un árbol, alguien observa. La silueta es difusa en la penumbra; no se distingue si es hombre o mujer. Sostiene una libreta vieja y una pluma con tinta chorreada.

El cigarro entre sus dedos se consume lentamente mientras garabatea algo en la página amarillenta. El humo oscurece por momentos la escritura, pero al disiparse, se alcanza a leer una nota:

Bufanda rosa, 05:00 de la mañana, lunes — viernes.

Liz bajo la luz de la oscuridad

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Written by Jimmy Vasquez

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